domingo, 1 de agosto de 2010

A un poco mas de 400 km

Un viernes de julio, catorce personas parten de la capital diez minutos antes de la hora pautada. Un grupo bastante disciplinado, al parecer. El destino pautado es desconocido para doce de ellos. Sólo los guías saben el paradero. 

Esa fue una partecita de mis vacaciones, las peores planificadas de los últimos años. Sin embargo, esos tres días, cómo cada vez que hago un viaje con éste grupo, me dejó una cantidad de enseñanzas y aprendizajes importantes, además del placer de fotografiar. Esta vez, les contaré de la reflexión más curiosa que tuve ese fin de semana.

Mientras más nos alejábamos de la capital, en dirección al oriente del país, yo me alejaba 158 km más de mi hogar que mis compañeros del suyo. Era la única que no vivía en esa ciudad. Durante todo ese viernes, entre las paradas a fotografiar, a comer y las innumerables anécdotas compartidas, se pasaron un poco mas de ocho agradables horas. Al llegar a la posada, o un poco antes, no teníamos señal de celular. Por lo tanto, no teníamos cómo comunicarnos con nuestras familias.

Él sábado amanecí un poco inquieta. Las correcciones de la noche anterior me habían dejado mucho que pensar. Pero había algo más que no lograba identificar. Al atardecer, la última parada fotográfica del día me abrió los ojos. La imagen: una pareja bailando en las fiestas patronales de la región. El recuerdo: ese día mis padres cumplían años de casados. Instintivamente busqué el teléfono celular y al abrirlo recordé que la llamada no iba a caer, seguía sin señal. Me quedé ahí, viendo bailar a la pareja y pensando que, después de todo, unas felicitaciones no eran suficientes. Me quedé grabando, sin un lente de por medio, cómo se mantuvieron juntos, siguiendo el paso y resolviendo al ritmo de la música durante todo el tiempo que estuvimos ahí. Canción tras canción.

Curiosamente, esa tarde entendí que lo que veía en ese desconocido lugar, era el reflejo de mi hogar. Ese hogar donde mis padres han sabido seguir el paso a los diferentes ritmos que les ha tocado la vida. Esa pareja que se ha mantenido bailando junta durante treinta cuatro años. Definitivamente, aunque meritorias las felicitaciones no eran suficientes. 

Un gracias se acercaba más. Un agradecimiento a ellos que supieron usar ese amor, a la pareja bailadora que me hizo ver en ellos el esfuerzo de mis padres y a la cercanía que generó ese destino desconocido a pesar de la larga distancia. 

2 comentarios:

  1. Que bello amiga, me recordo el sentimiento que siempre tengo cuando hay una celebracion en casa y me encuentro a 7620 km, muriendo por estar alli. Cada dia me gustan mas tus absurdades.

    ResponderEliminar
  2. Admirable, reflexivo... no encuentro la palabra exacta, pero este ha sido uno de los mejores friend. Repito no dejas de enorgullecrme y me siento privilegiada por conocerte ;).

    ResponderEliminar