miércoles, 23 de febrero de 2011

El equipo gana

Dentro de las pocas o muchas cosas que he hecho en mi vida, está el haber comenzado estudios de postgrado de Gerencia en Finanzas. No es válido preguntar las motivaciones, ni el estatus del mismo, pero si les puedo decir que finanzas fue lo que menos estudié. Lo importante es que aprendí las teorías y nuevas tendencias de lo que mi experiencia ya me había enseñado: no hay nada mejor que el trabajo en equipo.

Cuando en las organizaciones, de cualquier índole, deben interactuar más de una persona, llegar a acuerdos se vuelve una tarea difícil ¿Cuál es el secreto? Que todos los involucrados conozcan y entiendan cual es la meta final, cual es la misión del equipo y el papel que cada uno de ellos juegan en él. Además, no hay que olvidar el conocer cómo repercute, en el trabajo del compañero, lo que se hace o se deja de hacer. Eso se conoce como conexión.

Durante las últimas dos semanas tuve la oportunidad de participar en un equipo que me permitió recordar cada uno de estos conceptos. Fuimos treinta personas recién conocidas, unas mas que otras, trabajando en la producción un corto de ficción.  Un trabajo muy distinto al que acostumbro a hacer. Sin embargo, la grata sorpresa que me llevé fue la de ver a personas que entendían que el llevar agua a los técnicos, o sillas y sombrillas a los actores, era tan importante y relevante como el enfoque del camarógrafo o la grabación del sonido.

No es fácil. Nadie dice que lo es. No aparece en los libros de texto ni los profesores lo mencionan en las universidades. Hay que lidiar con todos los sentimientos, esos que nos hacen humanos, esos que a veces aparecen y otras no. Aún así, repito, no hay nada mejor que el trabajo en equipo. La clave, mantener la meta presente y alguien que nos la recuerde cada vez que sea necesario.   

70% de reflexión

“Walk around the worl for breast cancer” era el lema de la carrera contra el cáncer de seno organizada por Avon.
No fue una carrera como cualquier otra, mucho más femenina que el resto -empezando por el color de la franela- y con un mensaje claro “ganarle al cáncer”. Mientras trotaba, tarareando las letras incoherentes de algún reggaetón, el tramo “eterno” desde el elevado de Las Mercedes hasta un poco más allá de Ciudad Banesco, tuve tiempo suficiente para darle vueltas a mi cabeza a tiempo que mis piernas no podían moverse más rápido. Cuando ya la concentración en respirar bien me había aburrido, la chica de los 55min tenía rato de haberme pasado, no me sabía las canciones que sonaban y tampoco encontraba una distracción que me hiciera entretenerme hasta llegar a la ansiada alfombra roja, en la que me provoca acostarme cuando llego pero que no lo hago porque si no me aplastan, decidí pensar en mi. Respirando el olor a pescado fresco en el mercadito de Bello Monte, agradecí a Dios por mi salud, por mis piernas, por mis brazos, por poder ver, oler, escuchar, sentir, por todo lo que tenía en ese momento que pocas veces antes había agradecido y que estaba ahí calladito, cansado como mis piernas, tal vez reprochándome el esfuerzo y la madrugadera o agradeciéndome la dosis extra de oxígeno, era un regalo silencioso de Dios para mi, un regalo con un envoltorio que había que cuidar y agradecer de vez en cuando.
Terminé de agradecer y la canción que sonaba en ese momento también se terminó, mi mente quedó en un silencio melancólico que había que llenar de inmediato. Así fue, se llenó con una extensión de la campaña de prevención, en la que sugería hacer un llamado para amarnos a nosotras mismas, aceptarnos y valorarnos tal y como somos, sin tantas complicaciones estéticas, sin que nos afecte que nos digan que lucimos más gorditas, que nuestro cabello debería estar más largo, que las cejas no están bien delineadas y que deberíamos dejar crecer las uñas, que ese perfume no van con nosotras o que esos tacones ya no están a la moda. Comenzó a sonar una canción que me gustaba, dejé de pensar en tantas banalidades por las que eventualmente me preocupo y canté mi canción que además era una de mis preferidas.
Llegué a la meta sin acostarme en la alfombra y me dispuse a esperar el concierto que tendría lugar pocos minutos después. El animador del evento, luego de felicitar a todos los presentes, hizo un comentario que a pesar que ya había escuchado antes no deja de sorprenderme: “según las estadísticas más del 70% de los hombres abandonan a las mujeres cuando padecen la enfermedad… una pita para ellos, pidió” inmediatamente retomé mi tema de “ámate”, porque supongo que en ese porcentaje está lleno de mujeres bellas por dentro y por fuera, inteligentes, astutas, emprendedoras, amables, sinceras, colaboradoras, sutiles, valiosas que merecen mucho más que a un cobarde a su lado.
El concierto terminó pero mi mente, que algunas veces es testaruda y no se detiene cuando se lo ordeno, continuó con la idea que horas antes había hecho su entrada, que triste es estar con una persona con la que no puedes contar incondicionalmente, bajo cualquier circunstancia, disfrazar el verdadero amor de compañía, de compañía vacía, de sueños sin rumbo, sin norte, o sin sueños que es peor; otra vez mi mente y yo decidimos estar en silencio, un silencio que también había que llenar, por lo que inmediatamente decidimos en conjunto que nuestra campaña dirá: tócate para prevenir el cáncer y ámate para darle paso a la felicidad.