viernes, 19 de noviembre de 2010

Las estadísticas no consuelan

Los números indican que nos pasa a 1 de cada 5 mujeres o al 20% de nosotras. Es más, hay expertos que dicen que esa cifra puede llegar a un 50% si contamos a las que no nos damos cuenta ni de que estamos embarazadas. Lo cierto es que el aborto espontáneo es otra de las experiencias biológicas que las mujeres tenemos que enfrentar y, en el mejor de los casos, sólo prepararnos porque podemos entrar en las estadísticas.

Si lo planificas, si es el resultado de una equivocación que trae alegría, si es el resultado de una equivocación que trae tristeza, si es la primera vez que intentas traer una personita al mundo, si es de una madre adolescente, si es de una madre adulta, si la cuna que lo espera es de oro, si la cuna que lo espera es de madera, cualquiera que sea la circunstancia de la concepción: la pérdida de un bebé es una experiencia muy triste y devastadora.

No lo digo por experiencia propia. Sin embargo, he tenido la desagradable oportunidad de acompañar a diferentes mujeres en ese trago amargo. Mujeres a las que les tengo diferentes niveles de cariño y por las que he sentido la misma pena. Mujeres a las que cada día admiro más y a las cuales no he sabido consolar, si es que eso es posible.

Discúlpenme los hombres, posibles y futuros padres, pero este humilde escrito esta dedicados a ellas y a su fuerza. A ellas que aceptan y manejan todos los cambios físicos y psicológicos que implica el estar embarazada, y luego no estarlo. A ellas que las estadísticas no consuelan. A ellas, mis respetos.

no somos lo que decimos ser

7.02 am, había visto el reloj antes de colocar la luz de cruce a la izquierda. “Gracias Sr. Taxista” dije en voz alta, agradeciendo el paso que no me cedió; seguidamente pensé: “menos mal que son las 7.02”, lo que significaba que para mí era temprano.
Al voltear la vista al frente, esperando que el taxista avanzara, pude ver como 50 metros más adelante, un carro alcanzó a un motorizado, o el motorizado le llegó al carro, todavía no sé, sin embargo, en ese momento, lo que más me preocupó, fue la niña que estaba de parrillera, a quien gracias a Dios, a la destreza del piloto y a la frenada del conductor del carro, no le pasó nada, nisiquiera se tambaleó, bastante equilibrio del que goza la muchachita.
Luego del incidente, como es costumbre, los dos sujetos procedieron a discutir, situación por demás que me generó un ataque de nervios. El taxista, seguía a mi lado izquierdo, es decir, todo se detuvo por el show. Por un momento me sentí casi en un auto cine, en el que disfrutaba una película con 6 protagonistas, porque no sé cómo llegaron tan rápido 4 motorizados más para defender a capa y espada a su colega. En medio de gritos, golpes a los carros, manotazos, etc. la cola empezó a avanzar, pude incorporarme a la vía, pero justo al frente del incidente, otro conductor, para quien por lo visto también era temprano, muy temprano de hecho, le pareció buena idea detener “por completo” su vehículo, bajar el vidrio del copiloto y escuchar los gritos de la discusión, no sólo escuchó los gritos sino que lo aturdí con mi corneta, por entrépito. No tuvo otra alternativa que avanzar, luego de gritarme “atorada”. Llegar al semáforo fue toda una hazaña, ya no era tan temprano, 7:18am marcaba el reloj.
Todo eso sucedió en una de las principales calles del pueblo donde vivo, un pueblo por demás que es la capital de un estado, estado que se encuentra a 21Km de la capital del país. Entre tristeza y rabia sentí al ver que algo tan tonto generara tanto caos, en ese momento sentí que estamos predispuestos al conflicto, que en lugar de hacer un trabajo en común por un país mejor, luchamos por seguir siendo los que somos, esos que dicen ser graciosos y rocheleros en una fiesta pero que en la calle, donde deberíamos ser verdaderos ciudadanos, somos unos amargados, inconscientes, entrépitos e intolerantes.
7.40am marcaba el reloj cuando apagué el carro en mi trabajo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

mi par de luceritos

“El fuego del alma se refleja en el brillo de la mirada”, no sé quien escribió esa frase, pero a mi parecer es totalmente cierta. Debo confesar que al acordar publicar una nueva entrada, no tenía idea de que escribir, o dicho de otra forma y para ser sincera, tenía muchas ideas de las cuales no quería escribir. Kat, luego de sorprenderme con tanta puntualidad, valga la pena mencionar, lo hizo también con el tema de su escrito, por lo que decidí como buena copiona (o admiradora) escribir de lo mismo pero diferente, pero que quede claro, la idea inicial fue de ella.
La máscara para pestañas y yo somos muy buenas amigas, casi inseparables de hecho, me encanta ver que mis ojos crecen con aplicar un poco del patuque casi milagroso, me coloco bastante y varias capas, he probado casi todos los colores, texturas y cepillos, si algo puedo saber en el tema de maquillaje es del rímel. Hace unos días, descubrí que a pesar que tenía la misma cantidad que generalmente aplico todas las mañanas, incluso hasta mejor distribuida que otras veces porque todas las pestañas estaban separaditas, lindas como me gustan, mi mirada estaba opaca, fría, lejana, triste, tanto así que me di cuenta que el hecho de parpadear me estaba costando. En ese momento, mirándome al espejo, me pregunté, cómo era posible que yo había permitido que el brillo de mi mirada se opacara de esa forma, a esa magnitud; la razón la sabía de sobra, estaba más que segura de cual era y no necesitaba la respuesta ni de un cirujano ni de un oftalmólogo, necesitaba hacerle caso a mi corazón; tal vez cerrar los ojos y escucharlo con atención.
La razones hoy ya no importan, lo que importa es que he recuperado ese brillo, que sólo yo permití opacar, un brillo de optimismo que siempre me había caracterizado, un brillo que a pesar de mi carácter siempre había permanecido y que no importa si refleja o no la luz de la cámara, de día o de noche, o si alguien se puede ver en el, lo que me importa es que irradie la tranquilidad y la alegría que me han permitido llegar a ser lo que soy hoy, ser yo, sin miedos y siempre positiva.
Agradezco a la vida por haberme permitido ver mi mirada opaca, agradezco a mi corazón haber sido capaz de hablar con mi cerebro para producir unas cuantas lágrimas, tal vez, ellas fueron las que me ayudaron a recobrar el brillo gracias al cual puedo reflejarme en el espejo.
Y así como dice Violeta Parra:
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio dos luceros que cuando los abro
Perfecto distingo lo negro del blanco
Y en el alto cielo su fondo estrellado…

¿Por qué reflejan tanto?

Le pregunté a un médico y me contesto que no sabía, que era probable que sea porque el cristalino está nuevecito, es decir, más cristalino. Pero es que era Cirujano, a lo mejor tengo que preguntarle a un Oftalmólogo.

Lo cierto es que, desde hace poco, me di cuenta que los ojos de los niños reflejan muchísimo y lo hice a través de unas fotos. En ellas noté que me veía en cada par de ojos que capturaba con mi cámara. Primero dije: ¡Ah no! Es la luz, estamos en un parque; pero después, lo poco que queda de mi carácter investigador me hizo probar en sitios más oscuros y el resultado fue el mismo.

Luego de eso, me puse a ver lo ojos de todo el mundo; niños, adolescentes, adultos, viejitos; y noté que el brillo y la capacidad de reflexión variaba muchísimo entre ellos. Sin embargo, no había un patrón aparente. También es justo aclarar, que la investigación no puede ser concluyente ya que hubo una sola observadora, yo, y la muestra no fue representativa. Curioso si era que los ojos de todos los niños, sin excepción, reflejaban; unos más que otros pero todos reflejaban al que los veía.

Otra duda que me asaltó fue el por qué no me había dado cuenta antes si le he tomado fotos a varios niños anteriormente ¿Qué diferencia hubo ahora? La respuesta: mi ahijado. Desde que él llegó he descubierto muchas cosas en mi, muchas cosas en otros y sé que ahora nunca me cansaré de verle los ojitos brillar y jamás dejaré de acercarme hasta verme reflejada en ellos. Además, trabajaré para que se mantengan así el mayor tiempo posible, aunque no sepa qué lo causa.

¿Será que los hace brillar la inocencia, la experiencia de descubrir, el ver todo por primera vez, el no esperar nada? ¿El que nos reflejemos en sus ojos es un mensaje para que volvamos a ser como ellos? Me gustaría pensar que si. Quiero creer que si.

Por lo pronto, siempre le estaré agradecida. A él y a los que están por venir.