martes, 27 de julio de 2010

¿Quién dijo miedo?

Domingo, 4am suena el despertador, sin pensarlo mucho se levanta, ya está lista para preparar lo que sería el desayuno y el almuerzo del largo día que acababa de comenzar. Mientras prepara los panes y cuida las arepas fritas, pide a Dios, una vez más, que la acompañe durante todo el recorrido, piensa que si lo hizo hace tanto tiempo cuando apenas era una adolescente, podrá hacerlo de nuevo, se anima pensando que la acompañará un guía bien experimentado y se dice, tal vez en voz alta, que todo saldrá bien, que lo logrará como tantas cosas que se ha propuesto, y así fue.
10 am aproximadamente, el autobús no puede pasar por un cambio brusco de pendiente en la vía, los nervios afloran, debe bajar y esperar que el vehículo logre superar la dificultad, el guía advierte que no se debe caminar cerca de los bordes del camino porque podrían salir algunas serpientes como consecuencia del “palo de agua de anoche”; lo de la lluvia ya lo había escuchado antes de un habitante de la zona, quien además en tono emocionante, completó la idea con la posibilidad de que la cueva estuviese llena de agua, efectivamente lo estaba.
El autobús logró pasar y minutos después no se volteó al pasar el río que estaba caudaloso, los nervios se intensificaban, pero esta vez calladita, seguía diciéndose que todo saldría bien. Comenzó la aventura, la caminata a la entrada no resultó ser muy distinta a otras que ya había hecho, sólo el último trecho un poco complicado, pero bajó sin mucha dificultad, valga la pena decir que llevaba puestos tremendos zapatos anti resbalantes, algunas veces se tambaleó por pataruca, pero no se cayó, primer gran logro, gracias a los zapatos.
Días antes, había pensado en ir cerquita del guía, esa sería su estrategia, como tantas otras veces frente a otros retos, planeaba una estrategia, prestaría atención a todas las indicaciones del experto y trataría de hacer exactamente lo que el hiciera, porque si el había sobrevivido tantas veces haciendo lo mismo, ella también sobreviviría esta vez, y sobrevivió. Pasó cada piedra que había sin caerse, veía cuidadosamente donde colocaba las manos, se mojó completica al pasar los ríos, pisaba fuerte donde se decía que era movedizo, las paredes estrechas las pasó sin tanta complicación con las manos arriba, se arrastró y se embarró con una destreza que ni ella misma sabía tener y cada vez que sentía nervios, lo que sucedió más de 10 veces en las 6 horas del recorrido, se decía calladita, “lo estás haciendo bien, vamos respira”.
Llegó el Sol, confirmó que amaba su calorcito, subió por el mismo sendero complicado por donde había bajado, sin ayuda del guía, logró sin resbalar llegar al camino, estaba orgullosa de si misma, nadie nunca sospechó lo que para ella significaba no haber demostrado ni un poquito los nervios que sentía, no escuchaba nada, sólo pensaba que lo había logrado, imaginaba que alguien idéntica a ella la abrazaba y la felicitaba, brincaba de emoción estando estática, pensaba que como siempre Dios la acompañó durante todo el recorrido, que no había oscuridad, ni encierro que no pudiera superar con su ayuda y con su estrategia; se decía que el próximo viaje en avión sería como esta una gran experiencia.

lunes, 26 de julio de 2010

1, 3, SORY

Un día, un par de niñas de sexto grado tuvieron que decidir a cual colegio querían ir a estudiar el bachillerato. Aunque parece una difícil decisión, ellas lo tenían claro, querían ese colegio que veían a través de la reja que lo separaba del suyo. Algunos decían que era porque su hermana mayor ya estudiaba ahí, otros pensaban que la razón era que seguía estando cerca de su casa, pero lo cierto es que ellas querían formar parte del famoso equipo de voleibol de ese colegio.

Llegó el primer día y, con él, nuevos profesores, varios salones y, a pesar de la compañía de amiguitos de la otra escuela, muchos nuevos rostros de gente a quien conocer. Sabían que iban a tener que estudiar mucho y que debían hacer muchas tareas, pero por lo pronto, hicieron la que las había llevado hasta allá: buscaron los horarios de entrenamiento del equipo de voleibol femenino.

Así comenzó una época de aprendizaje que las clases no enseñaban. El primer día de entrenamiento fueron un aproximado de diez niñas como ellas, iguales en sueños más no en condiciones físicas, ya que la mayoría eran más altas y más atléticas. Además, el equipo que les correspondía por su edad ya tenía un par de años formado, así que les tocaba competir con unas cuantas jugadoras más.

El par de niñas hicieron lo que les habían enseñado en su casa: trabajar para alcanzar su objetivo, que en este caso era ser parte del equipo. Entrenaban con el equipo de su categoría y, cuando se los permitieron, lo hicieron con las categorías mayores, por lo que terminaban entrenando cuatro o cinco días a la semana.

Después de un par de meses y el abandono de varias niñas: ¡lo lograron! Formaban parte del equipo, se ganaron su uniforme. Ahora, eso no quedaba ahí, seguían entrenando como el primer día porque ahora la meta era ser abridoras del equipo de su categoría. 

Así, poco a poco, durante cinco años, fueron cumpliendo sus sueños. Ellas entrenaron, tuvieron sus éxitos y sus fracasos, pero nunca consideraron como opción dejar de sentir lo que les brindaba el voleibol. Porque, además del placer de jugar en partidos o entrenamientos, la perseverancia, el trabajo en equipo, la competencia sana, conocer las virtudes y debilidades de tus compañeras y saber potenciarlas o minimizarlas, conocer las tuyas y hacer lo mismo, fue todo lo que les dejo el voleibol.

Sobre todo, fue ese equipo especial donde no sólo ganaron medallas, sino donde se fortalecieron y crearon bellas amistades que perduran después de diez años. Por estas razones, y seguramente muchas otras más, los números 10 y 12 siempre serán especiales para este par de, ahora, mujeres.                    

miércoles, 21 de julio de 2010

Armando la vida

“La vida es un rompecabezas” dice mi mamá cada vez que me ayuda a armar alguno. Inevitablemente, cada vez que me concentro en buscar, seleccionar y unir piezas recuerdo esa frase y he llegado a la conclusión que es cierto, sólo que yo tiendo a ser un poco más complicada que mi mamá y pienso que “todo en la vida” es un rompecabezas; todo se ve mejor si cada ficha está en su lugar; todo se ve fácil una vez armado.
No todos los rompecabezas son iguales, los hay de piezas grandes, medianas y pequeñas, el número de piezas varía así como también su forma, el material de las fichas es diferente, la tonalidad de las fichas con respecto a la imagen impresa en la caja varía, en fin, todo es diferente, más o menos complicado; los hay para todos los gustos.
Lo más difícil de armar un rompecabezas es vencer la idea de que es imposible terminarlo, sin importar el tamaño, cantidad, forma y color de piezas, una vez que decides empezar ya el 50% del trabajo está hecho sin nisiquiera la unión de dos fichas; claro está, si se es una de esas personas que termina lo que empieza, lo que, de acuerdo a mi mente pragmática, es el deber ser. Si empiezas y no te gusta o te aburres, desarma lo armado y mételo en la caja, no era el momento de hacerlo, tal vez más adelante desees retomarlo o quizá otra persona prefiera armarlo, si no, al menos no se daña ni ocupa espacio.
Cuando dices “a empezar se ha dicho”: separar las fichas por color, armar las figuras o zonas del rompecabezas que se consideren más sencillas, separar minuciosamente las fichas del borde, armar palabras, entre otras, son estrategias que se ponen en práctica al momento de “poner manos a la obra”. Una vez que empezaste, descubres que la imagen tenía detalles que no habías percibido inicialmente, tonalidades que a simple vista parecían idénticas pero que no lo son, tu mente empieza a asimilar las escalas, hay fichas que te “pican el ojo” a cada rato y cuando te das cuenta con ellas unes varias secciones que antes tenías armadas de forma aislada. Así sucesivamente, hasta que quedan pocas fichas, y logras colocar la última ficha.
Así es la vida, como un rompecabezas, cuando te propongas algo, decídete a comenzar, entusiásmate, pon de tu parte, motívate y empieza por donde se te haga más fácil, porque aunque falten fichas y por muy difícil que parezca al principio siempre será posible armarlo.

martes, 6 de julio de 2010

Así es ella

Linda, así es ella. Llegó a la familia un 28 de febrero, después de un mes y medio de nacida, pequeñita, miedosa y pulgosa, fue un regalo esperado que venía en una caja con el número “912” -mi fecha de nacimiento- escrito en marcador, una buena señal que suavizó la renuencia de aceptarla. Su nombre, el del planeta del amor, para eso la quería, para quererla. Los primeros días, casi un tragedia, sólo dejaba de llorar jugando con mi mano, hasta que el brazo se me dormía a las tantas horas de la madrugada; entendí lo que era pasar noches sin dormir, menos mal sólo fueron 3 días y no 3 meses como dicen que es en el caso de los bebes, claro está, el tema de la alimentación era menos delicado en su caso.
Aprendió a dormir toda la noche, comía solita y reconocía su nombre. No caminaba, saltaba, por lo que muchas veces la llamábamos la “perriconeji”, era graciosa. Si de destruir hablamos, acabó con mis audífonos no una sino dos veces, el mp3 de mi hermana tiene las marcas de sus dientes, le encantaba la tierra de las matas y los adornitos con figuras de animales de la mesa de la sala, sus preferidos. Sus juguetes, un leonsito que le regalé y un hueso que le regalaron, hasta el momento no atina el “traéme el hueso” o “dónde está tu bebé” (refiriéndonos al leonsito), sólo viene ella esperando cariño, cariño que le sobra. Consentida, así es ella.
Ha pasado un año y medio desde su llegada, ya no es pulgosa, aunque a veces se rasca; tampoco es tan chiquita, aprendió que debía apuntar bien en el papel gris y lo hace aún mejor cuando está recién puesto. Ya no soy su mamá, la renuencia se convirtió en amor. Eventualmente duerme conmigo, otras veces con su mejor amiga, mi hermana, pero en los últimos días lo ha hecho en una goma espuma que su mamá le forró con una cobijita. Ella decide dónde y con quién dormir, pero eso es lo de menos, lo importante, es su carrera acompañada de salto cuando escucha el rechinar de la manilla al abrir la puerta del cuarto cuando me despierto, esos si son unos “buenos días”, a pesar que después de varios “¡¡¡¡yaaaa!!!!” es que decide bajarse y dejarme levantar. La mejor bienvenida, la de ella, aunque muchas veces de mal agradecida ni le presto atención a su saludo. Miedosa, sigue siendo, pero sólo con personas que no conoce. Un amor, así es mi perrita.

Toda oidos

Durante mi adolescencia, una de las virtudes que me caracterizaba era el saber escuchar. Quizás sea por formar parte de una familia numerosa, por ser una de cuatro hermanas, por ser morocha, por todas las anteriores o por ninguna de ellas ¿Quién sabe? A lo mejor no existe razón alguna. A lo mejor, saber escuchar es sólo una característica de mi personalidad, sin causas pero con muchos efectos. No obstante, yo siempre me empeño en conseguirle una explicación a todo. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.

Hace unos años, esa cualidad que yo usaba con mis amigos y familiares para aliviar o celebrar cualquier evento en sus vidas, me fue retribuida de manera exagerada. En ese momento me tocó hablar a mí y algunos de ustedes saben lo mucho que hablo. El sesenta por ciento del tiempo lo hacía de un sólo tema y el resto, hablaba de lo que generaba ese tema. Sin embargo, las personas que me escucharon se mantuvieron ahí para cada cosa que decía, cada cosa que pensaba y cada cosa que sentía. Unas dieron su opinión, otras esperaban a que yo se las pidiera y otras simplemente escuchaban.

Curiosamente, esas personas que me oían, no siempre eran las mismas a las que yo había escuchado anteriormente. En unos casos si, en otros no. En unos casos eran personas de aquella época, en otros eran personas presentes en todos los tiempos y en otros, eran personas de ese momento. Lo cierto es que, gracias a esas personas y al tiempo que me regalaron, ahora puedo volver a ser la adolescente atenta y de buen oído de antes. Esa que se había perdido por un ratico.

El círculo da la vuelta dice Kevin Johansen en su canción, por lo que desde hace unos días he podido devolver, aunque sólo un poco, el tiempo y el tímpano; o los dedos y los ojos para casos lejanos; a esas personas que me escucharon pacientemente. Pero falta más, mucho más para gratificar todo lo que me dieron.

Es posible que no sean ellas. Lo más probable es que sean otras las personas que escucharé. Lo importante es que seguro lo necesitarán, al igual que todos nosotros en algún momento.