martes, 31 de agosto de 2010

El don desubicado

Siguiendo instrucciones precisas, Ella llega al organismo policial. Iba acompañada del Supervisor del personal de vigilancia y el Coordinador de seguridad.

Ella: Buenos días
Policía: ¿Qué desea?
Ella: Vengo a hablar con… ¿cómo es que se llama el señor? (dirigiéndose al supervisor de vigilancia)
Supervisor: Miguel Fernández
Ella: Con el señor Fernández (no había escuchado bien el nombre)
Policía: ¿Pero qué desea? (con una ceja levantada, denotando superioridad y algo de impaciencia)
Ella: Hacer una denuncia
Policía: En el primer piso

Los tres intentan dirigirse a las escaleras cuando el policía los detiene y aclara: sólo debe pasar la persona que va a colocar la denuncia. Sin protestar, los dos hombres se dirigen a la salida del centro mientras Ella camina hacia las escaleras.

Ya en el primer piso, se encuentra con cuatro oficinas. Ella se dirige a la más próxima.

Ella: Hola, buenos días. ¿Me podría decir en donde encuentro al Sr. Fernández?
Secretaria: ¿Fernández qué?
Ella: ¡Ay! No recuerdo el nombre (molesta de nuevo con su despiste selectivo)
Secretaria: Hay varios (mientras agrupaba una cantidad importante de carpetas)
Ella: Esta bien, no se preocupe. Muchas gracias.

Mientras salía de la oficina buscaba el número de teléfono del Supervisor y recordaba todas las veces que le han llamado la atención por despistada. Cuando no encontró el número buscado, le dio la razón a cada uno de ellos y se prometió volver a tomar algo que por lo menos le oxigene el cerebro.

Luego, como por arte de magia, decidió marcar uno de esos números que tenía grabados como llamadas recibidas y atiende el Supervisor, consiguiendo el nombre que necesitaba. Después de colgar, Ella recordó lo que dicen de los ingenieros, pero en su caso, la habilidad de resolver inconvenientes no tiene que ver con su profesión sino con el tiempo que ha tenido que sobrellevar su condición de distraída y gracias a su angelito que nunca la abandona.

Por fin, logra conseguir que le informen que el Sr. Miguel Fernández no se encuentra en la delegación.

Comisario: Miguel tuvo que salir pero ya hable con él, vamos a tomarle la declaración. ¡RODRÍGUEZ!
Rodríguez: Dígame Comisario.
Comisario: Lleve a la señorita a que coloque la denuncia.
Rodríguez: ¡Sígame!

La conduce hasta una puerta con un letrero que dicta: No pase si no está autorizado. La atraviesan y bajan unas escaleras.

Rodríguez: Rapidito que si me ve el comisario, me amonesta.

A pesar de que Ella le hizo caso y bajó las escaleras lo más rápido que le permitían las pesadas botas de seguridad, pudo percatarse de los calabozos llenos de personas detenidas esperando las investigaciones. Con razón no se debe pasar por aquí, pensó.

Llegaron a un recinto cuadrado, ubicado en planta baja. En dos de sus lados había un banco largo de madera.

Rodríguez: Siéntese ahí y espere un momento.

Rodríguez entró a una oficina que decía: Homicidios. Ella no supo por qué la trasladaron hasta allá cuando lo que iba a denunciar era un simple robo. Así son las palancas, entendió. Al cabo de unos minutos, apareció Rodriguez.

Rodríguez: Ya la van a atender.
Ella: Muchas gracias.

Durante el tiempo de espera, Ella se percató de una virgen que estaba ubicada en una de las paredes vacías del recinto cuadrado. No supo cómo no la vio antes porque medía un metro de alto aproximadamente y casi se tropieza con ella. Estaba rodeada de flores artificiales y las personas que pasaban a su lado por primera vez, se persignaban.

Cuando Ella está tranquila, puede ser muy observadora y analítica ¿Qué hacía una virgen ahí? Muchas razones se le vinieron a la cabeza. La primera y más obvia, la cultural. Sin embargo, si la intención es rendirle devoción, podía estar en cualquier otro lugar de la sede del organismo y no en la sala de espera para colocar denuncias. El mensaje tenía que ser otro ¿Precaución? ¿Temor?

¡Temor! Ella se acordó de sus reuniones del grupo juvenil de bachillerato. El Temor de Dios, uno de los dones del espíritu santo. El don que inspira reverencia de Dios y temor de ofenderlo. Aparta del mal al creyente, moviéndolo al bien ¿De verdad los moverá al bien? ¿A ellos, uno de los organismos más corruptos y más viciados?

Y así, mientras Ella trataba de dar respuesta a las preguntas que se fueron creando en su despistada cabeza, anunciaron que podía pasar a la oficina para que colocara la denuncia.

Ella: ¿Cuál denuncia? ¡Ah sí, la del robo! (se respondió inmediatamente)

Por ahí quedó, como flotando, la idea de haber encontrado ese particular don en un lugar insólito. Ella no tuvo el tiempo de entender que es, precisamente, un excelente sitio donde ubicarse. Un lugar donde se puede ofender fácilmente y por lo que hay que recordarlo constantemente, tanto por los funcionarios como por los delincuentes y denunciantes. Así sea a través de la imagen de una virgen con flores de plástico que espera ser vista por alguien más que Ella.

Descontactada

RESUMEN DE MI DIA: Saqué a la perra, PERDÍ EL CEL, llamé, atendió un tipo, me citó en el Teatro La Latina, era un indigente (no sé si fue suerte), me pidió 1 euro (y agarro mi ticket del Metro), me devolvió el cel (sin secuestrarme), Me alegré! PERO... ME RESETEÓ EL CELULARRR! SE ME BORRARON ABSOLUTAMENTE TODOS LOS CONTACTOS Y LAS DIRECCIONES! TODO!Nunca pensé que algo así me pasaría. Aún estoy en shock!
De esa manera relató – a mi parecer, con tono jocoso – lo que había sido para ella parte de su día. Si estuviese en 4to grado y colocaran esa oración en un examen de castellano para identificar el sujeto, verbo y predicado, estoy casi segura que lo hubiese raspado. Probablemente, en el sujeto habría dudado entre la perrita y el celular, el predicado hubiese estado entre el entretenido paseo o la pérdida del aparato, y en el verbo, pasear o buscar el celular, quién sabe.
Menos mal que no estoy en 4to grado y que en este cuento no importa tanto el sujeto ni el verbo, sino el protagonista de la historia, quien sin duda es el Señor Indigente que se tomó la molestia de devolver el celular por una pequeña cantidad de dinero y un gran ticket de metro, quien además se dio a la tarea de responder la llamada y para rematar se dedicó a eliminar toda la lista de contactos del celular de la coprotagonista de la historia, quien aterrada fue a buscar su aparato -casi tan imprescindible como el cepillo de dientes- sin temor a quedarse sin celular, sin dinero y probablemente sin perra.
Que importante es tener contactos, cuánta necesidad tenemos los seres humanos de sentirnos queridos y valorados por otras personas, cuán importante es para nosotros saber de la gente que queremos, saber que tenemos a alguien con quien contar. Cuánto nos mortificamos por tener almacenada una secuencia de números correspondientes a un nombre con el que te conectas dónde quiera que estés aunque no siempre lo hagas, más que tener los contactos creo que es más importante usarlos.
Seguramente, ese señor no sabía lo que significaría el hecho de eliminar el directorio, o tal vez sí, y justamente por eso lo hizo.
A mi amiga, quien vive en España solita, le digo, no importa que haya perdido todos los contactos, la tecnología está tan avanzada que podrá recuperarlos pronto, que ganó un gran contacto, sin correo electrónico ni número celular pero a quien podrá encontrar en las mañanas, o en las noches, acostado en la plaza a dos cuadras de su casa y quien seguramente nunca dudará en darle los buenos días, quien por otro euro le devolverá su celular si llegase a perderlo de nuevo y quien a lo mejor un día de estos se siente hacerle compañía en el asiento de al lado en el metro.
Ah! La perrita, disfrutó su paseo, valga la pena mencionar más largo que el habitual, además hizo otro amigo, porque el indigente – me cuenta mi amiga – le cayó de lo mejor.

lunes, 23 de agosto de 2010

A paso lento, como bostezando

Según la RAE, el tiempo se define como la magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos; época durante la cual vive alguien o sucede algo. Sin embargo, a pesar de conocer intuitivamente estos conceptos y saber que su unidad de medición es el segundo, comúnmente se suele escuchar: el tiempo es algo relativo.

Esto se debe a que la misma cantidad de minutos pueden parecer una eternidad cuando estás esperando los resultados de un examen, o un instante cuando estás con la persona de la que estás enamorada.

Además, el tiempo está inversamente relacionado con la velocidad. Es decir, mientras menos tiempo tardes en recorrer una distancia o en hacer algo, más rápido eres. Por lo tanto, cada persona tiene velocidades distintas para hacer, aprender o vivir y maneras diferentes de percibir esas velocidades, ya que el tiempo esta relacionado con ellas.

Particularmente, yo me consideraba una persona rápida para aprender y razonar. Hasta que me dí cuenta que no lo era en todos los aspectos de la vida, por lo menos de la mia. A medida que los años pasan, esos temas donde mi velocidad era aceptable, dejaron de ser los más importantes para mi. Contrariamente, lo que me ha rodeado recientemente son esos aspectos que me cuesta más aprender o entender. Así que me ha tocado ir con paciencia, luchar con las ansias de querer saberlo y entenderlo todo y aceptar y disfrutar mi ritmo. Olvidarme de la velocidad.

Me han comparado con ballenas por su lentitud, todos los días alguien me pregunta que cuando voy a terminar de hacer esto o aquello y, mientras tanto, yo sigo practicando la paciencia y tomándome el tiempo en comprender esas cosas que, para otros, son sencillas y viven más rápido.

El tiempo y la velocidad seguirán siendo relativos. Yo seguiré aceptando el ritmo de los demás, tratando de que los demás entiendan el mío y seguiré tomando como halagos las comparaciones con ballenas. Total, como dice un proverbio chino: “No temas ser lento, solamente teme estar parado”

viernes, 20 de agosto de 2010

Tal día, a tal hora...


Porqué todo tenía fecha, porqué los días importantes debían estar subrayados en el almanaque, porqué la mayoría de las cosas no se conservaban intactas con el pasar del tiempo, porqué había que estar pendiente de la fecha de vencimiento, porqué la edad para entrar al colegio, para ver películas, para ir al cine, para manejar, porque los horarios y con ellos la impuntualidad y el retraso, porqué, porqué, porqué es tan complicado el tiempo.
Será que la mejor manera de disfrutar que el tiempo pasa, es no recordarlo; cómo saber cuándo la oportunidad que tenemos al frente no se repetirá en el tiempo, será que es verdad que todo pasa en el momento perfecto y que cuando las cosas no nos corresponden así pasen siglos no serán; o al contrario, cuando algo es para nosotros, será, así pasen siglos. Será que la idea de adelantar constantemente el tiempo no es buena idea, que el deseo de crecer rápido hace que envejezcamos antes, que escuchar gaitas en agosto hace que en diciembre estemos hartos, que vivir el presente olvidando el pasado y no pensando en el futuro nos hace perder nuestra esencia y nos vuelve conformistas, que, que, que manía de querer mover -o detener- las agujas del reloj.
Como siempre, me encantan las complicaciones y últimamente los temas relacionados con el tiempo me complican más y mucho más cuando no tengo respuesta para tantas preguntas.

martes, 10 de agosto de 2010

La más última

1,61mts de estatura, 50Kg de peso -datos seguros y confiables, emitidos en los exámenes post vacacionales- gráficamente, bajita y delgada, cara redonda y muy bonita, ojos de color extraño pero lindos, un lunar grande en algún lado de su cara.
La conocí en la universidad no sé qué día ni cómo, pero nos conocimos. Tenía una hermana morocha -tiene mejor dicho- pero ella era la que estudiaba lo mismo que yo, recuerdo haberla visto varias veces con un suéter gris con unas plumas en la capucha que siempre me causaban risa; era de Valencia, practicaba tiro y le gustaba el voleibol, no sé como sabía todo eso sin conocerla, pero lo sabía y era verdad, yo era -o soy- de las buenas chismosas.
Pasaron años para que habláramos. No sé porque fui a su defensa de tesis, no olvidaré la ensalada de tostitos, lechuga, tomate y queso amarillo. Se graduó y me gradué. Pasaron meses y entre una cosa y otra nos seguimos viendo, la vida nos regaló momentos que nos unieron hasta no saber cómo llegamos a hoy, día en el que se considera la “más última” de mis amigas.
No es sepa muchas cosas de su vida, podría decirles que le agrada lo suficiente la fotografía como para haber hecho varios cursos, incluyendo unos cuantos paseos locos a tomar fotos, de los cuales siempre regresa con algún cuento, le gusta leer y ver películas, algunas veces escribe. Ella se cree debilucha, lo cual no es del todo falso, mentira, es más fuerte de lo que se cree, o al menos lo ha aprendido a ser en los últimos años; goza de una familia bien linda, habladores como ella – bueno, no tanto como ella-, no es muy ordenada que digamos, come lento y dilata para arreglarse, la puntualidad no es su frente, ahorradora y emprendedora, sencilla al vestir y humilde de personalidad. Efectivamente le gustaba el voleibol y el tiro. Inteligente, menos tímida que antes. Camina hacia lo arriesgado. Le gusta la playa y disfruta el sol con protector. Viajar le encanta y mucho más si de visitar amigos o tomar fotos se trata. Buena persona, bellos sentimientos, gran mujer… Excelente amiga.
Cuando decidí aceptar la idea de compartir un blog, pensé que con frecuencia dedicaría entradas a gente importante en mi vida, la primera fue mi perrita- aunque no sea una persona, es importante en mi vida- la segunda y no más última, ella.

Agonía

En pocos segundos
o largas esperas,
terminan en suspiros
distintas carreras.

Voces calladas,
susurros del viento,
dejan imágenes saladas
como final del cuento.

viernes, 6 de agosto de 2010

Particular héroe

Un domingo cualquiera, después de la embarcada de obra de teatro que fuimos a ver mis amigas y yo el sábado por la noche, me disponía a regresar a mi cuidad natal. Eran las 9:00 de la mañana. Cabe destacar que me habia quedado en casa de mi hermana y, por cosas que pasan en casi todos los edificios en Venezuela donde hay mas carros que puestos de estacionamiento, tuve que trancar la salida porque alguien decidió usar el puesto de mi hermana. En mi defensa puedo decir que esa acción la comete todo el mundo en ese edificio, por lo menos durante los tres meses que viví ahí. Esta vez lo hice yo y, aunque sabía que era un abuso, me dije: los domingos nadie sale temprano, sólo yo para viajar a Valencia, ¡total! no estoy trancando ningun carro, pueden salir por la entrada. Buscando justificación para no sentirme mal.

Pues mal me sentí cuando veo al salao de Artax con sus cuatro cauchitos espichados. Mi hermana y su novio trabajaban en el hospital y no podian salir sino después de dos horas de mi llamada, que realicé como a las 9:05 am. Resignada y cómo no tenia más nada que hacer, me dispuse a soltar las tuercas de los cauchos para ir adelantando. Con la llave L (porque no era de cruz) que trae el gato del carro, empecé a soltarlas. Ya que la fuerza de mis brazos no era suficiente, decidí usar todos los 48 kg de mi cuerpo saltando sobre la llave. Me sentí súper realizada cuando un ¡tac! me indico que ya se había aflojado la primera, 45 minutos después de haber empezado.  

Después de hora y media ya había soltado las cuatro tuercas de uno sólo de los cauchos. Pero luego, mientras leía el manual para ver en donde se ponía el gato, un chamo del edificio bajó porque iba a viajar a Cagua. Me ayudó con ese y con los tres cauchos que faltaban por bajar e inflar (porque gracias a Dios solo le aflojaron los gusanillos) y compartimos como tres horas ya que no pudimos bajar los cuatro cauchos de una vez y tuvimos que llevar uno por uno hasta la bomba. 

En agradecimiento a todas las horas de ayuda, invité a mi inesperado héroe a un desayuno tardío. Nos fuimos a una panadería cerca y después de un cafecito y pastelitos, no me dejo pagar, así que hasta brindada salí. Para finalizar la aventura, arrancamos hacia el centro-occidente del país separándonos en Cagua, con números de telefono y e-mail intercambiados. 

¡Ah, se me olvidaba! Mi hermana y el novio llegaron cuando ya nos faltaba un caucho. Así que menos mal que apareció este Superman disfrazado de Clark.

Muchas Gracias Puerto Cabello

No sé si eran 6, 7 u 8 años, pero por ahí rondaba mi edad; ese día no fui a clases, íbamos a ver la casita en Puerto Cabello que probablemente se compraría mi tío Carlos. El probablemente, fue un hecho, mi tío se compró la casita en la que pasé el 98% de mis vacaciones, el 2% restante no fui por estar estudiando; Puerto Cabello era nuestro destino fijo.
Era una casita pequeña, con varias modificaciones que mi tía Carmen le hizo, entre ellas: la fachada de piedras y las rejas color verde, la desaparición del montecito de atrás y del frente, en este último sembró una mata de sábila, el collage de cerámicas en el piso de la fachada, la clausura de la puerta de la cocina, unos arcos medio inútiles para una casa de playa, una chimenea/parrillera en el patio, camas de cemento- la más fina era la de su cuarto, grandísima-, y por supuesto, la piscina, que se llenaba a punta de manguera durante más de 24 horas con suerte, un rectángulo sin recirculación del agua verde, en el que felices, mis primos se lanzaban cuidando siempre no permanecer mucho tiempo debajo del agua para no enfermarse de los oídos, aquélla piscina, en la que recién construida no tocábamos el piso.
Fueron años, en los que sinceramente nunca me aburrí de ir a Puerto Cabello aunque siempre fuéramos a la misma playa, años en los que me encantaba decir que mi tía tenía una casita en Borburata, años en los que las noches de vacaciones eran eternas por el silencio que aturdía la oscuridad, años en los que el olor de los árboles a los bordes del camino aumentaban mi emoción en la llegada y la nostalgia en la partida, años que siempre recordaré.
Playa La Rosa, Playa Huequito, Isla Larga, Patanemo y Morrocoy ya no serán los mismos sin el regreso llenos de arena a la casa, arena que sacaba con la manguera en la ducha de atrás, la que estaba al lado del baño que siempre era cobijo para algún sapo, sin el almuerzo en la mesa de madera y sin el acostumbrado descanso en la hamaca -en la que no debía acostarme mojada- ya las vacaciones no serán las mismas sin tener que ir a comprar el gas o el agua, ya mi mamá no podrá levantarse a las 5am para preparar el café y hacer las arepas, ya no abriremos más la reja ni la cerraremos con candado por si acaso, ya no habrá que decidir quién es el primero ni el segundo en bañarse, en el piso de la sala ya no reposaran el pocotón de colchones, ni habrá que doblar las sábanas en la mañana, el cable de la antena de la tele no atravesará la mitad del patio, no habrá a quien darle dinero por llevarse la basura ni a quienes bailen tocando tambor y bebiendo por alguna fiesta del pueblo, tampoco más cumpleaños que celebrar con las tortas batidas a mano, todo será un recuerdo como la pared que estuvo repleta de las casitas de arcilla en algún momento.
Adiós Puerto Cabello y muchas gracias; es lo único que queda por decir.

domingo, 1 de agosto de 2010

A un poco mas de 400 km

Un viernes de julio, catorce personas parten de la capital diez minutos antes de la hora pautada. Un grupo bastante disciplinado, al parecer. El destino pautado es desconocido para doce de ellos. Sólo los guías saben el paradero. 

Esa fue una partecita de mis vacaciones, las peores planificadas de los últimos años. Sin embargo, esos tres días, cómo cada vez que hago un viaje con éste grupo, me dejó una cantidad de enseñanzas y aprendizajes importantes, además del placer de fotografiar. Esta vez, les contaré de la reflexión más curiosa que tuve ese fin de semana.

Mientras más nos alejábamos de la capital, en dirección al oriente del país, yo me alejaba 158 km más de mi hogar que mis compañeros del suyo. Era la única que no vivía en esa ciudad. Durante todo ese viernes, entre las paradas a fotografiar, a comer y las innumerables anécdotas compartidas, se pasaron un poco mas de ocho agradables horas. Al llegar a la posada, o un poco antes, no teníamos señal de celular. Por lo tanto, no teníamos cómo comunicarnos con nuestras familias.

Él sábado amanecí un poco inquieta. Las correcciones de la noche anterior me habían dejado mucho que pensar. Pero había algo más que no lograba identificar. Al atardecer, la última parada fotográfica del día me abrió los ojos. La imagen: una pareja bailando en las fiestas patronales de la región. El recuerdo: ese día mis padres cumplían años de casados. Instintivamente busqué el teléfono celular y al abrirlo recordé que la llamada no iba a caer, seguía sin señal. Me quedé ahí, viendo bailar a la pareja y pensando que, después de todo, unas felicitaciones no eran suficientes. Me quedé grabando, sin un lente de por medio, cómo se mantuvieron juntos, siguiendo el paso y resolviendo al ritmo de la música durante todo el tiempo que estuvimos ahí. Canción tras canción.

Curiosamente, esa tarde entendí que lo que veía en ese desconocido lugar, era el reflejo de mi hogar. Ese hogar donde mis padres han sabido seguir el paso a los diferentes ritmos que les ha tocado la vida. Esa pareja que se ha mantenido bailando junta durante treinta cuatro años. Definitivamente, aunque meritorias las felicitaciones no eran suficientes. 

Un gracias se acercaba más. Un agradecimiento a ellos que supieron usar ese amor, a la pareja bailadora que me hizo ver en ellos el esfuerzo de mis padres y a la cercanía que generó ese destino desconocido a pesar de la larga distancia.