viernes, 6 de agosto de 2010

Muchas Gracias Puerto Cabello

No sé si eran 6, 7 u 8 años, pero por ahí rondaba mi edad; ese día no fui a clases, íbamos a ver la casita en Puerto Cabello que probablemente se compraría mi tío Carlos. El probablemente, fue un hecho, mi tío se compró la casita en la que pasé el 98% de mis vacaciones, el 2% restante no fui por estar estudiando; Puerto Cabello era nuestro destino fijo.
Era una casita pequeña, con varias modificaciones que mi tía Carmen le hizo, entre ellas: la fachada de piedras y las rejas color verde, la desaparición del montecito de atrás y del frente, en este último sembró una mata de sábila, el collage de cerámicas en el piso de la fachada, la clausura de la puerta de la cocina, unos arcos medio inútiles para una casa de playa, una chimenea/parrillera en el patio, camas de cemento- la más fina era la de su cuarto, grandísima-, y por supuesto, la piscina, que se llenaba a punta de manguera durante más de 24 horas con suerte, un rectángulo sin recirculación del agua verde, en el que felices, mis primos se lanzaban cuidando siempre no permanecer mucho tiempo debajo del agua para no enfermarse de los oídos, aquélla piscina, en la que recién construida no tocábamos el piso.
Fueron años, en los que sinceramente nunca me aburrí de ir a Puerto Cabello aunque siempre fuéramos a la misma playa, años en los que me encantaba decir que mi tía tenía una casita en Borburata, años en los que las noches de vacaciones eran eternas por el silencio que aturdía la oscuridad, años en los que el olor de los árboles a los bordes del camino aumentaban mi emoción en la llegada y la nostalgia en la partida, años que siempre recordaré.
Playa La Rosa, Playa Huequito, Isla Larga, Patanemo y Morrocoy ya no serán los mismos sin el regreso llenos de arena a la casa, arena que sacaba con la manguera en la ducha de atrás, la que estaba al lado del baño que siempre era cobijo para algún sapo, sin el almuerzo en la mesa de madera y sin el acostumbrado descanso en la hamaca -en la que no debía acostarme mojada- ya las vacaciones no serán las mismas sin tener que ir a comprar el gas o el agua, ya mi mamá no podrá levantarse a las 5am para preparar el café y hacer las arepas, ya no abriremos más la reja ni la cerraremos con candado por si acaso, ya no habrá que decidir quién es el primero ni el segundo en bañarse, en el piso de la sala ya no reposaran el pocotón de colchones, ni habrá que doblar las sábanas en la mañana, el cable de la antena de la tele no atravesará la mitad del patio, no habrá a quien darle dinero por llevarse la basura ni a quienes bailen tocando tambor y bebiendo por alguna fiesta del pueblo, tampoco más cumpleaños que celebrar con las tortas batidas a mano, todo será un recuerdo como la pared que estuvo repleta de las casitas de arcilla en algún momento.
Adiós Puerto Cabello y muchas gracias; es lo único que queda por decir.

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