lunes, 28 de marzo de 2011

Siempre Bienvenido...

Usted tan sobrio, tan sereno, tan blanco, tan puro; a usted que todos lo esperan llegar y cuando hace su entrada cuánto cuesta echarlo, no hay escoba detrás de la puerta que valga. Usted Señor Amor, al que estoy empezando a conocer, y aunque no lo tengo en mi lista de “mejores amigos” deseo que nunca me abandone.

Usted parece ser muy amable con todos, maravilloso como dicen por ahí, pero yo como que no me he portado muy bien, porque conmigo ha sido bien muérgano, muerganez que le agradezco. Ha llegado a mi vida un montón de veces, algunas con mejores disfraces que otras. El disfraz de hombre, el que más me asustaba y no precisamente por feo, sino por maravilloso.

Le he abierto las puertas no una, ni dos, ni tres veces, han sido cuatro Señor Amor, si ¡cuatro!, sin contar en las que tocó y se fue corriendo antes de verlo por el ojito mágico. Señor Amor, usted ha sido como los vecinos que no se cansan de pedir un “poquito de azúcar” y que cuando uno no tiene azúcar, piden un “poquito de sal”. Cada vez que me grita en la reja, o me toca el timbre, salgo yo corriendo abrirle, pensando que esta vez será diferente, porque ¿qué casualidad? siempre viene con las manos llenas y se va con las manos vacías, y la que parecía quedar vacía era yo; ¡qué tonta y mal agradecida he sido!

He escuchado decir que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, pero perderlo a usted Señor Amor, o dejarlo ir, es la mayoría de las veces una bendición. Cuando usted se va, me siento como una cebolla a la que le han quitado una capita ¿será por eso que uno llora cuando usted se va? ¿porque somos cebollas con un montón de capitas que hay que remover para llegar a nuestra esencia, a nuestro corazón? ¿que lloramos por nosotros y no por usted? No lo sé. Su partida es como desvestirme del disfraz que traía puesto en su llegada ¡qué ironía!

Quitarme ese disfraz, su disfraz, me ha permitido vestirme de mi misma, con cholitas y bastante rímel, su ausencia me ha ayudado a conocerme, a valorarme, a aceptarme, me ha permitido abrirle la puerta a su colega, la Señora Autoestima, señora a quien le agradezco tantos días de felicidad, esa señora que todos nombran y pocos conocen me ha ayudado a conocerlo mejor. Usted y ella como que se las traen. Ella me ha dicho que usted es como esas personas hostiles a primera vista pero basta con conocerlo para descubrir su gran corazón, me sugirió que no le tenga miedo, que mientras ella esté su partida no volverá a ser tan cruel y usted siempre volverá mejor vestido.

Por eso Señor Amor, no dude nunca en seguir tocando mi puerta; si no le abro, espéreme, llegaré pronto, no se asuste si mi perrita le ladra, ella es como usted, ladra pero no muerde. Espero que su estadía la próxima vez sea más larga y no venga con tanto disfraz, ya lo conozco mejor y no hace falta maquillaje, venga con las manos vacías, porque hoy soy capaz de llenárselas yo.

Aprendí

A ti,

Si, extrañamente esta carta está dirigida a ti. Una carta que justo hace cuatro años no pensaba existir y hace dos hubiese sido muy distinta.

Hace unos días encontré en mi biblioteca El Vendedor Mas Grande Del Mundo. Ese delgado libro que lleva tu inmensa dedicatoria en la totalidad de la portada. Asunto que, por cierto, nunca me gustó por eso del irrespeto al rayar los libros pero del que me convencí que le daba personalidad. En ella prometías que juntos íbamos a aprender a AMAR, escrito así, en mayúsculas. Fue un momento tan romántico y sincero que las lágrimas se me salieron de pura felicidad. Al igual que en muchas otras ocasiones. Tamaño de promesa ¿no? Lo más insólito es que fue una promesa cumplida. Aunque debo aclarar que no lo aprendimos juntos, no en su totalidad, pero si por causa de los dos. Por lo menos fue así para mi y ahora me explico.

Juntos aprendimos el apoyo necesario, la amistad, la aceptación, la pasión y la compasión. Sin embargo, nos olvidamos de la rabia, la decepción y la tristeza. Las vivimos, si, pero por causas externas y en nuestro amor no cabían. Usamos ese amor para superar esos sentimientos y nos equivocamos. El amor es todo lo que ciertos poetas y escritores decían y yo no les quería creer. El amor es el sentimiento que contiene a todos los demás; el odio, la envidia, el coraje, la frustración y el orgullo forman parte de él. Y los sentí pero sola esta vez.

Te odié, odié no volver a ser tu primera ni tu única, envidié a quienes estaban a tu lado, envidié tu inconsciente deseo de libertad, sentí rabia de sentirme fracasada y me deprimí de tanta frustración. Así fue como pasó. Tu última lección fue aprendida y lo entendí cuando deje de sentir por ti.

Aprendí a amar y ¡me ha servido tanto! Me ha servido para entender que también se puede odiar sin dejar de querer o, precisamente, porque esa es la razón ¿Ves? No juntos, por lo menos no junto a ti pero si por ti. Así que sólo me queda decirte gracias. Único sentimiento que me queda y que, aunque a veces me moleste, siempre me acompañará.

Siempre sincera,
Kathleen

lunes, 21 de marzo de 2011

Punto y coma

Leer y escribir, dos verbos tan relacionados y tan distintos. Verbos que se alejan y acercan como un acordeón. Verbos que son, indistintamente, causa y efecto. Son como hermanos gemelos con la misma carga genética pero de personalidades diferentes. Leer es más reservado y autónomo. Escribir es más comprometido y abierto. Distantes e inseparables.

La distancia entre el que escribe y el que lee está definida, indiscutiblemente, por esos signos que marcan pausas, organizan ideas y enfatizan intenciones. Comas, diferentes clases de puntos, exclamación, interrogación, punto y coma, tildes. Signos que llevan la inmensa responsabilidad de no cambiar el sentido del pensamiento escrito. Unos separan, otros unen ideas, algunos resaltan y otros, depende de cómo se usen, conectan o sirven para enumerar. En definitiva, se requiere un uso preciso por parte del escritor y una práctica detallada por parte del lector para que esa distancia sea la más corta posible si la finalidad última es la comunicación.


En la vida, siempre me he considerado mejor “lectora” que “escritora”. Pero llegó un momento, hace unos cuantos meses, de cambiar y ser más comprometida. Sin embargo, lo que más he disfrutado son los periodos intermedios donde he sido responsable de definir la distancia en entre esos roles en otras personas. Periodos donde me ha tocado separar, unir, resaltar o conectar y en donde siempre espero no haberme equivocado en el mensaje.

para ella... mi otra parte!

¿Quién es la mayor? Soberana imprudencia que fue respondida casi instantáneamente con un “YOOOOO”, en mi conocidísimo tono de asombro, sarcasmo, molestia e ironía. ¿Acaso los 6 años de Pregrado, 3 de Postgrado, el montón de caídas, las muchas levantadas y los 12 (¡doce!) años de diferencia no significan nada al lado de su inocente sonrisa característica?, creo que para la imprudente, ciega e incoherente, ¡no!. Luego de aquel momento bochornoso, mucho más para mí que para ella, aunque no lo parezca, nos reímos como siempre y fue “el chiste”, “nuestro chiste” durante varias semanas, prometimos contarlo juntas a nuestros hijos, para que se rían de mi, de ella, o de las dos.
Una noche de éstas, una noche cualquiera, justo antes de dormir, empecé a pensar en los pocos días que faltaban para su cumpleaños; como es bien sabido, disfruto de los cumpleaños de la gente que quiero como si fuera el mío. En un año, puedo mantener la cuenta regresiva de varios cumpleaños; el de ella, por lo general, me genera más emoción que el resto, mi Chinchu es menos chiquita cada vez. Luego de contar los días, me acordé del chiste, lo que dibujó en mis labios una sonrisa e inundó mis ojos de lágrimas, en términos coloquiales, se me aguó el guarapo.
Con la nostalgia de compañía pensé: si, la mayor soy yo, literalmente siempre he sido y seré la mayor, pero prácticamente, no estoy segura que el siempre, sea siempre. Ella es muchísimo más centrada que yo (un rato largo), es capaz de decir las cosas sin anestesia y mientras me ve desplomándome, tiende su mano diciendo “no entiendo porqué eres tan gafa Sharon, aterriza” (sinceramente, lo que me provoca es aterrizarle un empujón cada vez que aparece el bendito “aterriza”, que no siempre escucho sino que lo revela su mirada, lo que es peor). Me enseñó que antes la tierra giraba más rápido, no recuerdo muy bien la razón, era algo del bing bang y las temperaturas, pero me explicó de lo más didáctico mientras veíamos la luna, siempre dice que debería ir a la NASA, pero no la imagino tan lejos de mi. Aprendí a escuchar música usando un pent drive en el dvd, casi me aprendo el manual y no lo logré hasta que ella llegó, igual me pasó con el ipod y las canciones en modo aleatorio. Me enseñó que las camisas de rayas horizontales te hacen ver más gordita mientras que las verticales te estilizan la figura, me dijo que con escotes no se deben usar muchos accesorios y que si usas zarcillos grandes no deberías usar collares, me explicó que el corrector de ojeras se debe colocar en todo el párpado. Aprendí de vampiros mientras se leyó todos los libros de Crepúsculo y gracias a ella me deleité con el lobo en la película. Me enseñó que es posible dormir tranquila en un cuarto súper desordenado y que si te gusta una película la puedes ver cuántas veces quieras y hasta terminas aprendiéndote los diálogos. No le gusta ver tele conmigo porque me duermo, le falta enseñarme a ver varios programas al mismo tiempo y a no aburrirme en el cine. En yoga, me dijo cómo hacer el saltamontes, poco a poco lo logró, ya lo hago sin ayuda. Me ha enseñado a tenerle paciencia cuando usa mis cosas sin pedir permiso. Sé de varios jueguitos de computadora en los que compra, vende y remata; ¡ah! cuando tomas agua, tarda 6 segundos en llegar a tu estómago, eso lo aprendió en Discovery en estos días y apenas me vio me lo contó. He aprendido a sentirme feliz compartiendo sus alegrías y me he sentido triste con sus tristezas; a su manera, me ha enseñado un lado de la vida que sin ella jamás hubiese sido igual.
Hoy, 17 años después de que Dios sin avisar ni pedir permiso decidiera mandarla a nuestras vidas, descubrí que una de las mejores maneras de hacer crecer el amor es compartir la mamá con otra persona.
Con un amor que no se agota y que se multiplica con los años hoy te deseo Feliz Cumpleaños Mi Chinchu!!!
P.D. Por cierto, yo si le he enseñado algo, ya no me escribe mensajitos preguntándome si es “Ay”, “ahí” o “hay”… Con el “haya”, “halla” o “allá” la cosa no ha sido igual, no he encontrado regla nemotécnica que valga.