lunes, 21 de marzo de 2011

Punto y coma

Leer y escribir, dos verbos tan relacionados y tan distintos. Verbos que se alejan y acercan como un acordeón. Verbos que son, indistintamente, causa y efecto. Son como hermanos gemelos con la misma carga genética pero de personalidades diferentes. Leer es más reservado y autónomo. Escribir es más comprometido y abierto. Distantes e inseparables.

La distancia entre el que escribe y el que lee está definida, indiscutiblemente, por esos signos que marcan pausas, organizan ideas y enfatizan intenciones. Comas, diferentes clases de puntos, exclamación, interrogación, punto y coma, tildes. Signos que llevan la inmensa responsabilidad de no cambiar el sentido del pensamiento escrito. Unos separan, otros unen ideas, algunos resaltan y otros, depende de cómo se usen, conectan o sirven para enumerar. En definitiva, se requiere un uso preciso por parte del escritor y una práctica detallada por parte del lector para que esa distancia sea la más corta posible si la finalidad última es la comunicación.


En la vida, siempre me he considerado mejor “lectora” que “escritora”. Pero llegó un momento, hace unos cuantos meses, de cambiar y ser más comprometida. Sin embargo, lo que más he disfrutado son los periodos intermedios donde he sido responsable de definir la distancia en entre esos roles en otras personas. Periodos donde me ha tocado separar, unir, resaltar o conectar y en donde siempre espero no haberme equivocado en el mensaje.

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