domingo, 31 de marzo de 2013

De madera tierna



A lo largo de mi vida he conocido a personas muy diferentes, bien sea por su nacionalidad, religión, estrato social, nivel cultural o profesión. Y al hablar de profesión,  he tenido la oportunidad – o la bendición, porque creo que no todo el mundo la tiene – de conocer a alguien a quien la inclinación a dicha profesión es, más bien, un llamado. Ésta persona tiene lo que se conoce como vocación.

La vocación no es un término exclusivo al estado religioso, aunque sea la referencia más común. Tanto para los ateos, laicos y practicantes de cualquier religión, la vocación “profesional” llega si cumple con una sola característica. La dedicación que uno le pone a su trabajo o la pasión que le inspira una actividad son atributos que te permiten disfrutar lo que haces; el esfuerzo y sacrificio que requiere le proporciona el valor. Sin embargo, la vocación necesita algo más, algo que no es muy fácil de conseguir. La vocación demanda una completa falta de egoísmo.

¿Entienden por qué digo que tengo la bendición de conocer a alguien así? Además, para mayor privilegio, la he tenido cerquita toda mi vida. Su vocación le llegó a los doce años aproximadamente, y desde los quince empezó a formarse en lo que, es hoy, su estilo de vida. Nunca deja de dar lo mejor de sí a todos sus pacientes; en sus guardias, post guardias, con o sin sueño, recién bañada o con la ropa del día anterior, recibiendo respuestas antipáticas y muestras de desprecio o las mas grandes demostraciones de cariño. No importa cómo, ella siempre está ahí.

De bella sonrisa y humor inteligente, es mi patrón y ejemplo a seguir. Con grandes ojos, que reflejan su transparencia, no juzga, no exige, brinda, apoya, escucha y aconseja. Llora con facilidad pero su fuerza interna está hecha de otra madera. De madera tierna y sensible. Ella es la persona menos egoísta que conozco. Ella es mi hermana mayor.