miércoles, 27 de julio de 2011

In law

Yo soy la segunda de cuatro hermanas, aunque pude ser la tercera. Todas fuimos planificadas, menos las gemelas claro está, aunque no todos piensen lo mismo ¿Por qué nosotras si estamos seguras? Porque mis padres estaban buscando el ansiado varón. Sin embargo, éste nunca llegó. Por lo cual, inteligentemente, decidieron parar la producción cuando la cuarta de nosotras resulto se niña de nuevo.

No se si sea ésa la razón pero, a pesar de adorar a mis hermanas como lo hago, siempre quise tener un hermano. A pesar de eso, cada una de nosotras ha adoptado ese papel: está la que adora los deportes, sabe todo de la NBA, Grandes Ligas y todas las ligas nacionales; está la que practicó voleyball y tiro deportivo en vez de hacer ballet; la que está pendiente de que el tipo con el que sale la hermana no le vaya a hacer daño y a la que le gustan los carros, motos y la mecánica. Pero, aun así, todas somos féminas y el hermano siempre faltó. Hasta hace unos cuantos años.

Es que resulta que ahora que tengo tres. Si, en castellano se dice cuñado pero me gusta del inglés el término brother in law, porque mis hermanas eligieron tan bien que terminaron siendo mis hermanos. Cada uno, a su manera, esta pendiente de mi. Me ayudan, me aconsejan, me regañan y me joden. Igual que mis hermanas pero con la visión masculina que me hacia falta.

Es por esto que este escrito esta dedicado a ellos. Para hacerles saber, de alguna manera, que les agradezco lo feliz que hacen a mis hermanas y lo contenta que estoy de que sean mis hermanos.

viernes, 22 de julio de 2011

Identidad de color Vinotinto

Confieso no ser una experta en el fútbol, es más, confieso no saber casi nada del deporte. Me fastidia estar 90 minutos viendo a un poco de muchachos (aunque simpaticones y con buenas piernas en su mayoría) correr de un extremo a otro en un campo dándole patadas a un balón que se niega a penetrar en lo que se llama arquería, que es algo así como el templo sagrado de la cuestión.

Hace tres meses por cosas de la vida, supe que la Copa América se celebraría en Argentina, Venezuela participaría pero no estoy acostumbrada a pensar que mi país saldrá victorioso de un evento de ese tipo. Había escuchado decir que le faltaba mucho, además no habían sido muchas las veces en las que había celebrado un triunfo de un equipo reconocido más por el color de su uniforme que por representar a Venezuela; sinceramente, no me sentía identificada con la selección Vinotinto.

Empezó la Copa, no sé qué día, tampoco sé si se trató de una inauguración pomposa como la del mundial, pero comenzó y resulta que Venezuela logró empatar contra Brasil, un monstruo, según los expertos en el deporte. En ese momento, resucitó el color de la Copa América, en todos lados se hablaba del empate, y oí decir: “empatar es mejor que perder”, y como soy testaruda, contestaba: “ganar es ganar, así que empatar no es ni ganar ni perder, es empatar,” por no ser una experta, mi comentario pasaba desapercibido. Hasta para mi resultó tonto cuando vi los 90 minutos del primer juego contra Paraguay, entendí, que empatar aunque sea en los últimos minutos del juego era mejor que perder. Ganó contra Chile, un equipo que resultó ser poco respetuoso. Pasó a la semifinal contra Paraguay, vi los más de 120 minutos de juego y mi corazón latía rapidísimo cuando el resultado se decidiría por penales, o penaltis, tampoco sé cómo se dice; pero entiendo que inicialmente son 5 tiros al arco y sobreentiendo que los porteros deben desear que aterrice una nave espacial en el campo y el juego se suspenda, pero lastimosamente, eso no sucede, por lo que, en ese momento los admiro por no salir corriendo. Venezuela, ya no era la Vinotinto, era Venezuela, falló el tercer tiro, lo que le dio la victoria y el paso a la final, sin haber ganado un partido en lo que iba de Copa, al equipo Paraguayo.

Terminó el juego, la noche se iluminó de silencio, mi pecho quedó con una presión rara y me sentí triste. Recordé una frase de Facundo Cabral que dice que la vida no te quita cosas, te libera de cosas para hacerte volar más alto, para vivir a plenitud y eso fue lo que pasó.

La derrota hizo que ganáramos identidad, que nos sintiéramos venezolanos, que entendiéramos que no debemos renunciar a los sueños, que la constancia y la perseverancia garantizan mucho más que una victoria, que la victoria no siempre va de la mano con ganar y que aunque suene contradictorio, muchas veces el triunfo viene escondido y envuelto en la caja de la derrota.

Es la primera vez que siento que deseo lo mismo que tantos otros millones de habitantes que nos hacemos llamar Venezolanos. Hemos hecho de Venezuela un país que por años ha vivido el desacuerdo y la división, difícilmente nos hemos logrado poner de acuerdo. No somos un país de morados ni grises, hemos sido radicales en nuestros intereses y en nuestros gustos, lo que ha hecho que disfrutemos de la victoria como la derrota del otro. No hemos estado dispuestos a enseñar y mucho menos a aprender, aún no estamos conscientes de que el país es de todos y para todos. La Vinotinto ha logrado que muchos otros colores no han podido, la identidad nacional.

Ahora queda esperar el sábado, para disfrutar del último partido en el que Venezuela jugará por un gran tercer lugar, pero pase lo que pase, hoy me siento parte de un país, hoy quiero tener una franela vinotinto y decir con orgullo “ese es nuestro equipo de fútbol”.

A partir de ahora, será mucho más interesante disfrutar esos 90 minutos en los que muchachos simpáticos y vestidos con franelas color vinotinto corren en un campo tras un balón intentando meterlo en la arquería contraria.