jueves, 11 de noviembre de 2010

mi par de luceritos

“El fuego del alma se refleja en el brillo de la mirada”, no sé quien escribió esa frase, pero a mi parecer es totalmente cierta. Debo confesar que al acordar publicar una nueva entrada, no tenía idea de que escribir, o dicho de otra forma y para ser sincera, tenía muchas ideas de las cuales no quería escribir. Kat, luego de sorprenderme con tanta puntualidad, valga la pena mencionar, lo hizo también con el tema de su escrito, por lo que decidí como buena copiona (o admiradora) escribir de lo mismo pero diferente, pero que quede claro, la idea inicial fue de ella.
La máscara para pestañas y yo somos muy buenas amigas, casi inseparables de hecho, me encanta ver que mis ojos crecen con aplicar un poco del patuque casi milagroso, me coloco bastante y varias capas, he probado casi todos los colores, texturas y cepillos, si algo puedo saber en el tema de maquillaje es del rímel. Hace unos días, descubrí que a pesar que tenía la misma cantidad que generalmente aplico todas las mañanas, incluso hasta mejor distribuida que otras veces porque todas las pestañas estaban separaditas, lindas como me gustan, mi mirada estaba opaca, fría, lejana, triste, tanto así que me di cuenta que el hecho de parpadear me estaba costando. En ese momento, mirándome al espejo, me pregunté, cómo era posible que yo había permitido que el brillo de mi mirada se opacara de esa forma, a esa magnitud; la razón la sabía de sobra, estaba más que segura de cual era y no necesitaba la respuesta ni de un cirujano ni de un oftalmólogo, necesitaba hacerle caso a mi corazón; tal vez cerrar los ojos y escucharlo con atención.
La razones hoy ya no importan, lo que importa es que he recuperado ese brillo, que sólo yo permití opacar, un brillo de optimismo que siempre me había caracterizado, un brillo que a pesar de mi carácter siempre había permanecido y que no importa si refleja o no la luz de la cámara, de día o de noche, o si alguien se puede ver en el, lo que me importa es que irradie la tranquilidad y la alegría que me han permitido llegar a ser lo que soy hoy, ser yo, sin miedos y siempre positiva.
Agradezco a la vida por haberme permitido ver mi mirada opaca, agradezco a mi corazón haber sido capaz de hablar con mi cerebro para producir unas cuantas lágrimas, tal vez, ellas fueron las que me ayudaron a recobrar el brillo gracias al cual puedo reflejarme en el espejo.
Y así como dice Violeta Parra:
Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio dos luceros que cuando los abro
Perfecto distingo lo negro del blanco
Y en el alto cielo su fondo estrellado…

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