martes, 29 de junio de 2010

El Gran Timothy

Timothy es uno de los personajes alrededor del cual gira la historia del libro “El ángel número 12” de Og Mandino. El relato narra la historia de un señor, que regresa después de muchos años al pueblo donde pasó su niñez para desempeñar un cargo de alta gerencia en una importante empresa ubicada en la zona. A pocos días de su llegada, la alegría de la mudanza, del cálido recibimiento y del ascenso se ven opacadas por un accidente automovilístico en el que pierden la vida su esposa y su único hijo. Tras la pérdida, el señor y ejecutivo brillante, toma en serio la idea de suicidarse, acto que no puede llevar a cabo, gracias a la inoportuna visita de su mejor amigo de la niñez, quien valga la pena mencionar, había estado hasta el día anterior, en otra ciudad recibiendo tratamiento médico. Aquélla visita que únicamente serviría para manifestar condolencias y reactivar el contacto perdido desde hace varios años, se convirtió en la llama que devolvería la luz a la vida del señor luego de aceptar la propuesta que venía enmarcada con el sentimiento del pésame. Así pues, decidió tomar el mando de uno de los equipos de béisbol en la liga infantil, equipo que decidió llamar los “Ángeles”, quienes resultarían además los campeones del evento.
Timothy era el menor de los jugadores del equipo, un niñito simpático, o al menos así me pareció a mí, físicamente bajito, delgado, pecoso y pelirrojo, o al menos así es el dibujo de la portada del libro, quien no gozaba de las mejores condiciones para desempeñar un buen papel en el equipo y ser uno de esos jugadores que los espectadores reconocen a distancia por ser el “mejor” bateando, corriendo, atrapando, lanzando o cualquier otra actividad en la que algún jugador de béisbol se pueda destacar. Timothy, en todo el campeonato, sólo bateó en el último juego y fue quien anotó la carrera de ventaja que les dio la victoria. Sin embargo, cuando algo en el partido no salía como lo esperaban, incluso cuando el mismo Timothy no golpeaba la pelota con su bate se lucía vociferando “nunca, nunca, se den por vencidos”, en eso era el mejor. Timothy, no se dio por vencido, tenía un tumor en el cerebro y murió meses después del campeonato.
Esa frase de “nunca darse por vencido” ha rondado en mi cabeza desde que terminé el libro, no porque la idea de “rendirse” siempre esté presente, sino porque adaptarse a lo que no nos gusta, no siempre resulta tan fácil. Muchas veces, el darse por vencido es la mejor opción, no insistir en que las circunstancias tomen otro rumbo y saber decir “hasta aquí” también se podría decir que es no darse por vencido o no salir vencido, no sabría cómo definirlo.
Si la vida fuese un paseo en tobogán, estaríamos rodeados de personas que estarán allí para ayudarnos a subir las escaleras; de otras que preferirán esperarnos abajo cuando lleguemos; otras nos darán la mano mientras descendemos; habrán quienes no tomaran nuestra mano, pero si nos animaran al disfrute del descenso; sobrarían las que advertirán el peligro de la llegada y quienes propondrán subir en lugar de bajar; no faltaran las que digan que el paseo no vale la pena, pero lo importante, somos nosotros los que decidimos qué hacer.
Timothy, decidió ser feliz los días de vida que le quedaban, cumplió su sueño de jugar en la liga sin mostrarse enfermo ni en desventaja, dio su mejor esfuerzo; la mamá de Timothy, una mujer trabajadora de bajos recursos, decidió ayudarlo, lo cuidó y siempre lo acompañó. El señor decidió no suicidarse, con empeño y dedicación cumplió con la tarea de manager de la mejor manera posible, superó la tristeza y siguió adelante con su proyecto de vida y para Timothy fue alguien inolvidable, lo hizo feliz a pesar de ignorar lo que significaba su presencia para el niño, y aquel amigo del señor decidió hacer una propuesta que cambiaría la vida de varias personas y sin el, esa historia tan bonita hubiese terminado sin haber comenzado. En fin, la única manera de darse por vencido perdiendo la batalla es: no ser y no hacer feliz.
Si no eres de las personas que les molesta cuando les cuentan el final de un libro, léelo y nunca, nunca te des por vencido…

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