martes, 28 de febrero de 2012

¡que vivan los aviones y las cucarachas!

A las cucharachas y a los aviones, les tengo miedo.
Cuando veo una cucaracha grito y salto pidiendo socorro antes que la cosa esa entre marrón y negro, que no sé si camina o se arrastra, pero que a veces vuela, me alcance y logre devorarme y desintegrarme viva. Aunque entiendo que eso no pasará, porque no se trata de un dinosaurio ni de un dragón, el pánico se apodera de mi y el autocontrol al divisar a una de ellas se disipa de mi mente. Si, riánse, pero hasta tiemblo cuando las veo.
Los aviones, tan sólo escribirlo, hace que sienta sobre mis manos una ligera capa de líquido frío, osea, empiezo a sudar, sudor que se acompaña del incremento de los latidos de mi corazón, es decir, me da taquicardia. La sensación de “ruuuuuuuu” que debo escuchar durante la cantidad de tiempo que duré el viaje, es horrible, de verdad horrible, me desespera el cambio de velocidades y el movimiento característico cuando pasan a través de las nubes. Cada vez que me monto en un avión paso días encomendándome a todos los Santos y confiando que Dios hará que tenga un buen viaje, cosa que no dudo que pase, pero igual, el susto está allí; tanto así que soy de las que no les quita la vista a las aeromozas y escucha hasta lo que hablan entre ellas, presto atención cuando hablan de la velocidad, la altura, las horas de vuelo de piloto, la ruta; podría ayudar con las instrucciones de emergencia, que nadie ve, pero que yo sé me de memoria. Soy feliz cuando me toca un asiento cerca de la puerta de emergencia, como si esa puerta tuviese una escalera de miles de pies de altura que me permita bajarme en caso de que algo pasara. Respiro, rezo, hablo, escucho música, leo, veo por la ventana a tiempo que veo el reloj en intervalos que no superan los 10min; dormir, está descartado así como también aflojarme el cinturón que me aprieto esperando sacar cintura, pararme al baño está prohibido, conclusión me empotro en la silla. En eso transcurren mis viajes en avión.
Estoy segura que todos mis viajes serán placenteros, porque Dios siempre está conmigo y que algún día tendré el valor de aplastar una cucaracha sin temblar de la grima, pero mientras tanto, disfruto de la sensación del miedo, porque así como el amor, la tristeza, la alegría y la melancolía, el miedo es una emoción y son las emociones las que me permiten ser humana, son esas cosas, las que a la final, le dan el sentido a mi vida.

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