lunes, 25 de febrero de 2013

Sauce llorón


Tiene ochenta y tres años, era la mayor de sus hermanos, enviudó hace treinta y uno y es la segunda mujer más fuerte que conozco. La primera, su hija, pronto cumplirá años y, por suerte, es mi mamá.

Se podría llegar a pensar que esa fortaleza las hace menos sensibles, que son mujeres de poco llorar o que no empatizan fácilmente con los demás ¡Nada más equivocado! Las personas que las conocen enseguida se dan cuenta que son mujeres con las que se puede contar, que saben escuchar y empiezan a confiar en ellas inmediatamente. Es cierto que no las verás llorar a menudo, mi mamá no desperdiciará lágrimas en una película, pero te aseguro que las derrama sin decoro cuando un ser querido sufre. Ahora, su sufrimiento es muy particular y difícil de detectar porque no dejará que la veas llorar, no por evitar mostrarse débil, sino que no querrá que sufras igual.

Así es mi mamá, protectora y fuerte como el roble, aunque su árbol favorito sea el sauce llorón. Roble la llamo yo, como ella llama a su mamá - mi abuela – pero es que resulta que ella es el árbol en el que todos, los que tenemos la suerte de quererla, vamos a refugiarnos, porque sabemos que va a estar ahí, cobijándonos y protegiéndonos. Bien dice el refrán: de tal palo, tal astilla.

Esa es una de las cosas que más admiro de mi mamá;  su fortaleza. Así como de mi papá admiraba su autenticidad. Como siempre me sentí más parecida a mi papá, lo que me generaba conflicto era tratar de ser fuerte como mi mamá. Sobre todo durante esos años en que mi debilidad llegó a tal punto, que generó preocupación en ellos. Luego, juntos, aprendimos que no importa el nivel de fuerza o debilidad de las personas, sino cómo los uses. En ese momento era necesaria mi fragilidad.

Ahora y durante los últimos meses, contrario a lo que esperaba, no me he derrumbado y a ti te he visto llorar más de lo normal. Inocentemente, pensé que yo había cambiado o que me había endurecido y entendía que, en tu caso, no pudieras resistir más. Sin embargo, hace poco entendí que esta fortaleza no la aprendí, la recibí. Es tanto lo que tienes para dar, y tanto lo que das, que es un orgullo ser tu hija. Sólo me queda darte gracias, por fortalecerme y recibir mi cuota de fragilidad.

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