Tiene ochenta y tres años, era la mayor de sus
hermanos, enviudó hace treinta y uno y es la segunda mujer más fuerte que
conozco. La primera, su hija, pronto cumplirá años y, por suerte, es mi mamá.
Se podría llegar a pensar que esa fortaleza las hace menos
sensibles, que son mujeres de poco llorar o que no empatizan fácilmente con los
demás ¡Nada más equivocado! Las personas que las conocen enseguida se dan
cuenta que son mujeres con las que se puede contar, que saben escuchar y
empiezan a confiar en ellas inmediatamente. Es cierto que no las verás llorar a
menudo, mi mamá no desperdiciará lágrimas en una película, pero te aseguro que las
derrama sin decoro cuando un ser querido sufre. Ahora, su sufrimiento es muy
particular y difícil de detectar porque no dejará que la veas llorar, no por evitar
mostrarse débil, sino que no querrá que sufras igual.
Así es mi mamá, protectora y fuerte como el roble,
aunque su árbol favorito sea el sauce llorón. Roble la llamo yo, como ella
llama a su mamá - mi abuela – pero es que resulta que ella es el árbol en el
que todos, los que tenemos la suerte de quererla, vamos a refugiarnos, porque
sabemos que va a estar ahí, cobijándonos y protegiéndonos. Bien dice el refrán:
de tal palo, tal astilla.
Esa es una de las cosas que más admiro de mi
mamá; su fortaleza. Así como de mi
papá admiraba su autenticidad. Como siempre me sentí más parecida a mi papá, lo
que me generaba conflicto era tratar de ser fuerte como mi mamá. Sobre todo
durante esos años en que mi debilidad llegó a tal punto, que generó
preocupación en ellos. Luego, juntos, aprendimos que no importa el nivel de
fuerza o debilidad de las personas, sino cómo los uses. En ese momento era
necesaria mi fragilidad.
Ahora y durante los últimos meses, contrario a lo que
esperaba, no me he derrumbado y a ti te he visto llorar más de lo normal. Inocentemente,
pensé que yo había cambiado o que me había endurecido y entendía que, en tu
caso, no pudieras resistir más. Sin embargo, hace poco entendí que esta
fortaleza no la aprendí, la recibí. Es tanto lo que tienes para dar, y tanto lo
que das, que es un orgullo ser tu hija. Sólo me queda darte gracias, por
fortalecerme y recibir mi cuota de fragilidad.
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